“Hopes and Fears” es el primer título que le puso la banda británica de música Keane a su primer disco. Miedos y esperanzas significa hopes and fears. A colación de lo dicho anteriormente, este disco significó mucho para mí; en cada letra, en cada nota musical sonaba a nostalgia, a recuerdos del pasado. Una canción dentro de ese disco decía en una de sus letras: “¿qué has hecho después de tanto tiempo?”, entre otras tantas que hablaban del paso del tiempo, lo desconocidos que somos, las carencias que padecemos y cómo nos enfrentamos a las adversidades de la vida. Para los melómanos de la música, os recomiendo este disco.
En esta receta, que con mucho mimo vamos a elaborar, van cuatro historias de cuatro personas que enmarcan los ingredientes de esta receta. En este caso, el plato engloba cuatro productos esenciales de la aceptación emocional: la resiliencia, el duelo, el rechazo y el pasado. No obstante, os voy a escribir unos apuntes sobre la aceptación emocional.
El desarrollo emocional implica cambios. Es formar seres armónicos, con capacidad para expresar afecto a otros, encontrar cualidades en los demás, ser tolerantes con las deficiencias o los errores de las personas allegadas, manejar sus emociones y construir a partir de las cualidades de las personas que les rodean o familiares. Experimentar la sensación de rechazo proveniente de un ser querido puede marcarnos de por vida. Aceptar el pasado, la forma de ser de aquellos con los que nos relacionamos, el trabajo, el paso del tiempo, las limitaciones personales, nuestro propio cuerpo, etc. El proceso de aceptación implica establecer una relación de convivencia con aquello que nos acompaña (personas, circunstancias, enfermedades, rechazos de nuestro entorno…), así como crecer con todo ello.
Uno de los psicólogos más influyentes del siglo XX, Carl Rogers, remarca la “aceptación incondicional” como un requisito imprescindible en la relación de ayuda entre los seres humanos en general, y en el proceso terapéutico en particular. De acuerdo a este pensamiento, la aceptación personal favorece la empatía y la seguridad, no solo en las relaciones con otras personas, sino también con uno mismo. Durante el proceso de aceptación se establece una relación honesta a través de la cual los individuos eligen la distancia que toman con las barreras encontradas. Para aceptarse, es necesario conocerse a uno mismo, detenerse, cuestionarse, quererse y respetarse. No entender que el cuerpo envejece, que en los días lluviosos hay más tráfico en las ciudades, que los hijos se emancipan o que el trabajo no es siempre gratificante son algunos ejemplos de frustración o aflicción desencadenados por la no aceptación de la realidad.
Dada la introducción, lo siguiente es la cocción de la receta: las cuatro historias sobre aceptación emocional.
La primera historia viene de una persona multidisciplinar, se trata del oncólogo Dr. Carlos Márquez Osorio, reconocido por toda Galicia como un gran especialista en detectar todo tipo de tumores. Además, era licenciado en Derecho y había escrito varios libros sobre los derechos de las personas y cómo enfrentarse a un juicio, además de escribir una trilogía sobre el cáncer, la prevención y la curación. Don Carlos era muy amante, en sus ratos libres, del bricolaje, y tenía numerosos trabajos hechos en su casa de restauración y construcción en madera, en figuras antiguas y muebles al estilo arcaico. Casado con una amiga de su infancia, profesora de Filología Hispánica, como buen extremeño nacido en Mérida, hizo toda su carrera en Galicia, donde lo destinaron al Hospital Clínico Universitario de Santiago-CHUS. Allí, a día de hoy, es un reputado oncólogo y reconocido por varios premios obtenidos dentro del hospital, en Santiago de Compostela y en la comunidad de la Xunta de Galicia.
Pero dentro de todo su éxito, poco a poco se fue alejando de todos los focos y páginas de medicina y conferencias, de las cuales era muy habitual verle y escucharle, por culpa de una fuerte depresión causada por la muerte de su mujer, debido a un fulminante cáncer linfático que le afectó al bazo y al hígado. Don Carlos entró en barrena, y decía que tenía la culpa por no haberlo detectado antes, como buen especialista que es, que podría haber hecho más. Ni sus dos hijos lo podían consolar; no quería aceptar la realidad de que su mujer se fue tan rápido, porque le vino así de repente y no podían hacer nada por salvar su vida. El cáncer estaba muy extendido y ni el mayor especialista en tumores y oncología podía detener ese tipo de cáncer que se presentó y se llevó por delante la vida de la mujer de Don Carlos. El pobre hombre no levantaba cabeza. En su tesis doctoral analizó cómo conseguir prevenir a tiempo un cáncer y cómo afrontarlo sin que baje la autoestima del enfermo y de su familia. De poco le sirvió revisar su tesis, porque él lo veía todo oscuro.
Ahora bien, va aquí mi reflexión: Todos, más tarde o más temprano, pasaremos situaciones similares a la de Dr. Carlos Márquez. El duelo es indudable, sea por una muerte repentina, por enfermedad o por ley de vida, o por otras circunstancias a las que estamos todos expuestos desde que nacemos. En la transición del duelo está la palabra resiliencia: resi de resistencia y liencia de flexibilidad. La resistencia es la parte dura del duelo, que nos hace ver todo lo contrario a la flexibilidad; en la resistencia está el hecho de estar resistiendo todo lo que implica el duelo: no salir, quedarse encerrado, no comunicarse con casi nadie, etc. Mientras que en la flexibilidad está el salir, quedar con familiares y amigos, hablar, desahogarse, hacer actividades para tener el tiempo ocupado y no tener que pensar en esa pérdida. Mi consejo al honorable Dr. Carlos es que salga poco a poco de ese duelo y haga una vida como la llevaba antes de la muerte de su mujer, que recuerde los buenos momentos vividos con ella y acepte la realidad, mire hacia adelante y tenga un motivo cada día por el cual levantarse, luchar y afrontar la vida con entereza. Que dialogue con la sociedad y sepa que habrá alguien con el poder de apoyarlo y sacarlo de ese encierro permanente, y salir de esa depresión en la que se ha instalado. Que tenga, sobre todo, ganas de vivir y seguir contándolo.
En la segunda historia de esta receta voy a contaros la situación en la que estuvo Rafael, un adolescente, buen estudiante y aficionado al tenis, el cual practicaba en sus ratos libres. Rafael se enamoró un buen día de una compañera de clase, no le quitaba el ojo en el aula. Se llamaba Isabel. Soñaba con ella: que serían novios, que estudiarían una carrera universitaria juntos, que se casarían, tendrían hijos y llegarían ambos felices a viejos. Rafa se montó su propia película, pero no sabía cómo acabaría esa película. Una mañana no se lo pensó dos veces y se atrevió a pedirle que salieran juntos a Isabel, pero lo que nunca se imaginó fue cuál sería la respuesta de su compañera de clase: “No insistas, tú no eres mi tipo. Me gusta tu amigo Manuel, y lo mejor es que solo seamos grandes amigos y compañeros como hasta ahora”.
A Rafael se le quedó la cara como un cuadro, totalmente pálido y con ganas de llegar a casa y ponerse a llorar. Sintió tal rechazo que nunca lo olvidará en su vida y, a día de hoy, aún soltero, siente vergüenza a la hora de relacionarse con las mujeres, por miedo a su rechazo. Terminados sus estudios y bien colocado en una empresa puntera de telecomunicaciones, busca con quién compartir su vida. Segunda reflexión que hago con esta segunda historia: ser rechazado por alguien, por un hombre o una mujer (da lo mismo el género), no significa rechazo, sino que esa persona no ha sido correspondida. Pero ante el rechazo, está lo que se dice en el refranero: “Cuando una puerta se cierra, otra se abrirá”. No todos los astros se unen y se conjuran; solamente en el destino de las personas está ponerse ambos en el tiempo y en el lugar adecuado. No solo estamos preparados para que nos digan que sí, sino que el no conlleva muchas lecciones. Las respuestas negativas en su contexto llevan la palabra “levantarse”, y levantarse tiene muchas maneras de expresarse. Por ello, la virtud no está en las formas en que podemos caer, sino en las diversas formas en que afrontamos las derrotas y buscamos soluciones para nuestro bienestar y nuestro consumo propio del día a día. El rechazo al que fue sometido Rafael lo hemos atravesado todos. Por eso, la vida es una carrera de fondo con obstáculos, y debemos saltarlos y llegar a la meta. Por eso, Rafael, te digo que no te vengas abajo. Lucha por tus objetivos, acepta los rechazos que te puedan venir en la vida, sean amorosos o no, y sé capaz de renovarte continuamente y resurgir como el “Ave Fénix”.
En esta receta tenemos un truco culinario que va con esta tercera historia. Estén atentos. Jacinto es un hombre que ronda los cuarenta años. Empezó desde muy joven a trabajar de camarero, siendo menor de edad. Cuidaba ese bar como si fuera el mismo dueño. Poco a poco se fue haciendo un hombre, se casó y formó una familia con su mujer y su único hijo. Después de tenerlo todo pagado (casa, coche y un campo que adquirió cuando se casó), un día antes de comenzar la feria de su pueblo de Montoro (Córdoba), a principios de octubre, se hizo un esguince de tercer grado en el pie en el bar, casi roto. El dueño del bar lo precisaba para la feria, ya que era la pieza angular que movía todas las piezas, las manecillas que hacían girar el reloj. Por lo tanto, le exigió trabajar y no dejarlo descansar y recuperarse de su lesión. Jacinto, con el pie hecho un cromo, no tuvo otra opción que trabajar en la feria de su pueblo, cojeando y de pie todo el tiempo. Al terminar la feria decidió ir al médico. Tal fue la incredulidad del médico, que le dijo que no debería haberlo dejado tanto tiempo y que debió haber ido al hospital o al ambulatorio cuando se lo hizo. Pero fíjate si fue bueno Jacinto, que le dijo que fue por un mal paso cuando iba de vuelta a casa, no en el trabajo. Y como tenía feria, no quería dejar de trabajar, pues sabía que en la feria entraría en su casa un buen sueldo, entre el suyo y el de su mujer, que trabajaba en la cocina del bar.
El dueño del bar, al ver que Jacinto por prescripción facultativa tendría que estar de baja unos dos meses y luego hacer rehabilitación, decidió hacerle la vida imposible a Jacinto. Después de que volviera a su puesto de trabajo, le metió más horas de las obligatorias por ley para quemarlo y que pidiera la cuenta, de modo que no tuviera que pagarle el finiquito por sus veintiocho años de servicio y no pudiera acogerse al paro, ya que, al haber decidido irse por su propia cuenta, no tendría derecho a ello. Jacinto, afligido y con su hijo estudiando en Córdoba, tenía muchos gastos, pues se había metido en un piso y avaló su casa de Montoro. Al final, el dueño se salió con la suya y Jacinto decidió marcharse con una mano adelante y otra atrás. El dueño, entre sus clientes, alardeaba de que lo quería como a un hijo, que se había ido con su finiquito y paro, y que tenía las puertas abiertas para volver otra vez a su puesto de trabajo. No solo el dueño alardeaba, sino también su mujer y sus tres hijas, pero todo era mentira. Todo estaba fuera de la realidad. Jacinto se fue sin nada, triste y habiendo dejado parte de su vida en ese bar.
Al poco tiempo de perder su trabajo, Jacinto también perdió el piso de Córdoba y su casa. Se tuvo que ir con su mujer y su hijo a la casa de sus padres. Comían de Cruz Roja y de Cáritas. Su vida se fue haciendo cada vez más estrecha. Su hijo tuvo que dejar los estudios y ponerse a trabajar. Todos sus planes se truncaron y no le salía trabajo ni nada. Tenía tal ansiedad que le provocó un infarto, y le colocaron un bypass en el corazón, lo cual le dejó una gran secuela. A día de hoy maldice el día que se torció el tobillo.
Perder un trabajo no es signo de derrota, sino de fortaleza para ir en busca de uno nuevo y poner toda la carne en el asador, poniendo buena cara al mal tiempo. En este caso de Jacinto, no en vano, cabe destacar que cuando uno se va de un trabajo o lo echan, por diversas formas o maneras, no hay que reprocharse nada si lo has dado todo, como pasa en este caso. El sentimiento de culpabilidad será menor si no echamos en cuenta por qué hemos perdido el trabajo, sino que buceamos en nuestros puntos fuertes y vamos hacia los puntos calientes donde merodea todo el mundo en busca de trabajo. Se trata de competir de forma sana contra otras personas que buscan el mismo destino que nosotros: el empleo. Jacinto debe buscar continuamente salir de su hábitat de la hostelería y poner rumbo hacia otros oficios y sectores. Debe querer reinventarse de nuevo y quererse a sí mismo, mostrando todo su arsenal de sapiencia y virtudes. El truco para que este plato sea divino es: “saber esperar”.
Por último, en la cuarta historia que cierra el círculo de la aceptación emocional, voy a narraros cómo una mujer quería estar siempre en el elixir de la juventud para siempre. Mercedes, mujer de avanzada edad, nunca supo aceptar el paso del tiempo. En sus viajes por sus lugares favoritos se encontraba París, Londres y su adorada Karlovy Vary. Siempre se echaba cremas faciales para rejuvenecer la cara, ampollas carísimas, y estaba siempre maquillada. Su extrema delgadez se debía a su maniática forma de comer, ya que era vegana. Nunca aceptaría que le dijeran las personas que era mayor. Sufría, por lo tanto, el síndrome de Peter Pan, que es conocido como el síndrome de quedarse en una etapa juvenil y nunca crecer, como el personaje del libro. Para ella, hablar de su edad cuando la gente le preguntaba era palabras mayores. Vestía muy a la moda, como una jovenzuela, pero como octogenaria nunca aceptaría ni el paso del tiempo ni la muerte. Temía mucho a ambas cosas, y lo que jamás podría imaginar Mercedes es que esas dos cosas son inevitables.
En esta receta sobre la aceptación emocional hemos tocado todos los ingredientes fundamentales que solemos enfrentar a diario, nosotros mismos o las personas que están a nuestro alrededor. En el caso de Mercedes, lo inevitable es llegar a viejos, y lo que conlleva ello es el día de nuestro final, lo que no se puede predecir si es de niño, de joven, de adulto o de viejos. Lo que sí podremos valorar conforme vayamos cumpliendo años es que lo podemos contar, y que lo vivido ha sido vivido intensamente. Nuestra misión en la tierra ha sido favorablemente realizada, y nos damos por satisfechos. Mercedes era una persona que no quería aceptar sus arrugas, sus canas, su piel flácida. Pero todos debemos asimilar que contra todo eso no se puede hacer nada, como tampoco se puede contra la naturaleza. La aceptación emocional engloba todas las facetas de la vida, y lo que debemos hacer es avanzar, no retroceder, y emocionarnos con el transcurso de nuestra vida.
Así como diría el título de uno de los libros de la psicóloga especializada en deporte sevillana, Patricia Navarro: Entrénate para la vida.
“El que no acepta pasa la vida peleándose con lo real, sin dar el primer paso del campo de la aceptación”. —José Antonio García-Monje. Cita de su libro: Treinta palabras para la madurez (2009).
Una nueva receta de la colección de la Cocina de las Emociones
Delgado Cintas
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