Joaquín Rayego Gutiérrez
—»Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus».
Magnífica jornada la vivida en Osuna con motivo del Día del Libro. La presentación de un volumen de relatos de D. Francisco Rodríguez Marín corrió a cargo de un servidor, autor del libro; de D. Carlos Chavarría, director — gerente de la Escuela Universitaria de Osuna; y de D. Carmelo Guillén —Acosta, presentador y poeta, cuya amistad suscribo con la frase que en su día anotara Enrique Jardiel Poncela:
—“Amigo se escribe sin hache, pero cuando es un amigo de verdad, entonces se escribe con hache, porque se le llama hermano”.
Por la entidad del escritor osunés el acto constituyó todo un acontecimiento que tuvo lugar en la capilla de la Universidad, actualmente desacralizada, donde reposan los restos del renombrado “Bachiller de Osuna”, un polígrafo que ocupa situación de privilegio en el panorama de nuestra cultura.
La antigua Universidad, que Cervantes mencionara en El Quijote, fue fundada en 1549 por D. Juan Téllez de Girón. En su momento acogió veinte cátedras, amén de las Facultades de Medicina, Leyes y Cánones, y Teología.
En el primer cuarto del siglo XIX la referida institución cesó en su cometido tras sufrir los efectos de la invasión francesa y de la Desamortización; años más tardes, adaptada a su nuevo cometido de Instituto de Enseñanza Media, vería recorrer sus claustros a personajes de la talla de D. Juan Fernández (“Padre Juanito”), del poeta Pedro Garfias, y del propio Rodríguez Marín.
Ante una destacada audiencia de alumnos, y con la presencia de la televisión local, se citó con palabras agradecidas el papel desempeñado por la Fundación Unicaja en la edición del libro, y el destacado papel de los organizadores en tan fructífero encuentro.
El contexto en que tuvo lugar la reunión resultó ser el escenario más idóneo para la realización de una película.
Desde el incomparable marco renacentista de aquellas alturas, con la Colegiata y la Universidad como dorado broche, se divisa un pintoresco panorama de cerros y valles que fueron cobijo en otro tiempo de antiguas culturas y civilizaciones. A sus pies el monumental caserío se muestra al visitante como un soplo de aire fresco, o un quiosco de helados para espíritus sedientos de belleza y de arte.
Desde 1264 aquel enclave defensivo localizado en la Banda Morisca, fue sede de la encomienda mayor de la Orden de Calatrava; convertido años más tarde en “señorío” de los Girón a raíz de una permuta con Fernán Pérez de Guzmán, Comendador mayor de la Orden Calatrava —el infausto personaje de cuya labor escribió negras tintas el dramaturgo Lope de Vega— en la que el maestre Pedro Téllez de Girón recibiría las villas de Osuna y La Puebla de Cazalla a cambio de Fuenteobejuna y Belmez.
En el interior de tan monumental recinto tienen su cuna la belleza y la armonía de proporciones; incluso los individuos que lo habitan parecen caminar sin prisas en la clara amplitud de aquellos espacios.
Carlos Chavarría y Jesús Heredia, los jóvenes rectores de aquel “universo” en donde conviven profesores y alumnos, son el vivo reflejo de la sencillez y la amabilidad. Tan entusiastas ellos que a nada de lo realmente importante — las ilusiones, y la sabiduría de vivir — hacen oídos sordos.
Con gente así no resulta difícil regresar a los viejos tiempos de encierro y horas de estudio, envueltos en el papel celofán del amor, la esperanza, y los dulces sueños.
—“Alegrémonos, pues somos jóvenes, y hay mucha vida que compartir”, que refiere nuestro himno.
0 comentarios