Cada día se habla más del autismo, para bien o para mal. Se habla más y se habla mal. Se habla más porque cada día hay más y se ven más autistas. Pero, desgraciadamente, se habla sin conocimiento de causa y con errores que revelan la no comprensión del autismo y dejan al descubierto la escasa sensibilidad y empatía social hacia un colectivo de seres humanos tan humanos como cualquiera que necesitan de la inclusión, no de la pena o la lástima. Eso sí, de boquilla metemos toda la retahíla de derechos (desde los Humanos a los sociales, económicos o asistenciales), como siempre, haciendo de este tema una monserga más, un postureo más. Siempre ha habido personas autistas pero o no se les diagnosticaba o se diagnosticaba como una simple enfermedad mental y, por supuesto, no vivían incluidos en la sociedad sino , más bien recluidos.
La ciencia todavía desconoce a qué es debido este aumento exponencial del autismo y no parece que se dediquen muchos recursos para investigarlo. Tampoco se sabe de las investigaciones acerca del origen o causa del trastorno. Tan sólo sabemos que año tras año aumenta porque lo vemos en nuestros colegios fundamentalmente. También lo vemos de cuando en cuando en la tele y , por desgracia, a propósito del bullyng del que son objeto , ranking que comparten con quienes presentan cualquier perfil discapacitante como por ejemplo el de estos días en un instituto a mano de cuatro estudiantes maltratando un compañero con discapacidad funcional; imágenes que nos dejan a todos indignados y perplejos de que seamos congéneres suyos. Estos más que sapiens son bestezuelas.
El autismo es un trastorno neuronal, de conexión entre determinadas neuronas cerebrales que presentan algunas personas y eso lleva consigo una forma de ser y de estar, una especie de condición humana de inicio, con la que se nace y que puede generar una situación discapacitante y dificultades de comunicación y de relación social en la vida cotidiana. Los autistas que pueden hablar y demostrar de lo que son capaces suelen decir de ellos mismos que esta condición autista es parte irrenunciable de su identidad y consideran, a menudo con razón, que muchas de sus dificultades no dependen de ellos sino del del conjunto de la sociedad que les exige acomodarse a lo que la propia sociedad considera normal sin justificación alguna siendo como somos todos y todas diferentes.
Desde luego, lo que está meridianamente claro es que el autismo no es una enfermedad y , por tanto , no tiene medicación ni curación. Que es para toda la vida y que no lo podemos “corregir” por mucho que insistamos. Es eso lo primero que hay que asumir tanto cuando convivimos con personas autistas, mayores o pequeños o cuando los tenemos como compañeros de clase o de trabajo o de vecinos , que no estamos ante una persona que está malita sino ante una persona diferente y con capacidades funcionales diferenciadas .
Pero quizás lo más importante es decir en voz alta que el autismo afecta no solo a quien tiene dicha condición, sino también a su familia en el sentido más amplio posible que incluye su medio educativo y social , pues son imprescindibles en el apoyo fundamental que pueden y deben prestarles. Y ahí es donde quería yo llegar: harto ya de tanta plegaria y tantas buenas intenciones, sólo creo ya en los presupuestos, de los gobiernos y de las grandes farmacéuticas, laboratorios, instituciones públicas y privadas para que inviertan. Basta ya de tanta bonhomía. Ellos no lo saben, pero van a ir al infierno.
Enrique Monterroso Madueño
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