Hay actos que, aunque no sean delictivos, pueden resultar más peligrosos que los que sí lo son. Me inquieta pensar que todo en la vida es blanco, un color neutro que se define a medida que nos acercamos a un estilo casi mesiánico. No intento esconder mis debilidades; al contrario, estoy dispuesto a arriesgarlo todo. Si logro salir de esta encrucijada, deberían sacarme en hombros, como un torero triunfante.
La humanidad va perdiendo ciertos valores al mismo tiempo que perdemos la ropa y la virginidad. Yo la perdí hace más de dos décadas, en plena adolescencia, pero sin llegar a ser el mismo desde entonces; he tropezado más de dos veces en la misma piedra. Prometeo, el dios de la mitología griega, robó el fuego de los dioses para dárselo a los seres humanos, y fue castigado por Zeus. La humanización y el progreso se deben en gran parte al avance técnico, estrechamente relacionado con el dominio del fuego. Por eso, en la primera línea de fuego, donde los cuerpos arden y se calcinan, se encuentran cuerpos inhóspitos y de origen desconocido.
Hoy en día, los amantes asumen que uno de los dos debe renunciar, ya sea a su dama o a su caballero. Pero en el mercado de valores, el precio es alto, allí donde las leyes se aplican a diestra y siniestra. Pero, ¿Quién es el culpable de lo que le ocurre al ser humano día tras día? Quizás estos hombres y mujeres no han leído el libro «Más Platón y menos Prozac» del escritor canadiense Lou Marinoff. En ese libro, se analiza lo que preocupa al ser humano, concluyendo que «contra la depresión», más páginas y letras que calmen y nutran nuestras almas y cuerpos. Meditar es sabio, reflexionar sobre algunas cuestiones nos ayudará a predecir el futuro.
Ser un ser humano inquieto, probar cosas nuevas, innovar, adaptarse a los nuevos tiempos y a las nuevas personas que vamos conociendo es esencial. No se trata de cambiar las normas y pautas que rigen tu mundo, sino de entender el porqué de las cosas, de no quedarnos impasibles, de crear y procrear. Y no temer al qué dirán, no cargar con mochilas llenas de piedras, sino deshacernos de todo lo que nos hace daño o nos molesta. Recuerdo un día en que fui infeliz, pero al cambiar el rumbo de mi vida, encontré cada día un nuevo motivo para no rendirme, una nueva pasión para amar la vida. Todos esos días infelices se han convertido en días felices, porque ahora encuentro motivación y significado en todo, como un magnetismo puro que relaciona de algún modo: espacio, tiempo y razón.
Esa lógica me ha llevado a un acercamiento más personal y espiritual de la vida. Vivo al estilo «Bob Marley», como en «Three Little Birds». No me conformo con el término medio, ni con las zonas templadas; me gusta mojarme y lo hago hasta empaparme. Y para despedirme, quiero dedicar unas palabras a los pobres. Aquellos que viven en la pobreza más absoluta y que muchas personas nunca podrían imaginar. Si me dieran a elegir con quién cenar, si con un rico en un hotel de lujo, digamos el Ritz, o con un mendigo en la calle entre cartones, elegiría lo segundo. No hay mayor satisfacción que la de ver a los pobres disfrutar de un derecho fundamental como es el de comer, y por eso me quedo con ellos. Porque no todos los que viven en la calle son alcohólicos o desechos de la humanidad; algunos fueron personas acomodadas, pero las circunstancias de la vida los llevaron por otro camino. Y esa vida, quizás, alguno de nosotros podría vivirla algún día. Ante la pobreza, siempre debemos tener la mano tendida. Por lo que pueda pasar.
Sergio Delgado Cintas
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