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Esta mañana, miércoles 14 de agosto, me he adentrado en el mercadillo del distrito de Peñarroya con una mezcla de nostalgia y preocupación. La visita me ha hecho sentir como si hubiera retrocedido en el tiempo, treinta años atrás, a aquellos días en los que el mercadillo era una cita ineludible en la calle Fuente Obejuna. Más tarde, se trasladó a la explanada de la calle Peñas Rojas, junto al antiguo Bazar Ceuta, y hoy en día se ubica en el parque de la plaza Virgen del Rosario. Sin embargo, la realidad que me encontré esta mañana dista mucho de aquellos tiempos vibrantes.
El mercadillo, que una vez fue el centro de la vida comercial y social del distrito, ahora sobrevive apenas con un puñado de puestos. Entre ellos, las hijas de Basilio, quienes, a pesar de la jubilación de su padre, continúan ofreciendo ropa textil con la misma dedicación de siempre. A su lado, a veces también se instala el puesto de José Amaya Cortés, quien hoy, a las 12:00 del mediodía, ya recogía sus pertenencias al ver que no había suficientes compradores.
El panorama que observé fue desolador: una mujer que miraba ambos puestos sin decidirse a comprar nada. El ambiente de actividad febril y bulliciosa que recordaba de mi infancia ha dado paso a un escenario de resistencia silenciosa, donde los comerciantes luchan por mantener viva una tradición que parece tener los días contados.
Poco después, me desplacé al Mercado de Abastos del distrito de Peñarroya, un lugar que también ha sufrido las consecuencias del tiempo. Este mercado, que en su día fue un emblema de la vida comercial del pueblo, hoy enfrenta un futuro incierto. Recuerdo aquellos tiempos de esplendor, cuando cada rincón del mercado estaba ocupado por puestos emblemáticos de frutería, carnicería, pescadería, e incluso una churrería que funcionaba de maravilla los miércoles. La mente se me llenó de imágenes de «Pablo» y sus encurtidos, la carnicería de «Antonio Villarín», y la «Carnicería Rayego», que hasta hace poco estaba en funcionamiento hasta que Ana Rayego, por problemas de salud, tuvo que cerrarla.
El mercado, sin embargo, aún conserva algo de su antiguo brillo. En la mañana de hoy, comprobé la calidad y frescura del pescado en la «Pescadería Valiño», que sigue en manos de Antonio Luis Valiño, un comerciante que se resiste a dejar morir la tradición familiar. También están las fruterías de José Luis Calero, que viene de Fuente Obejuna, y la de Alejandro López, un joven de Dos Torres que, tras la muerte de su padre, ha tomado las riendas de la frutería familiar con entusiasmo y energía.
A pesar de estos esfuerzos, el mercado y el mercadillo del distrito de Peñarroya enfrentan una realidad dura: la falta de relevo generacional y el desinterés de las nuevas generaciones amenazan con poner fin a una tradición que ha sido el corazón del comercio local durante décadas. La plaza que una vez se llenaba de vida, especialmente cuando los mineros cobraban su salario, hoy se siente vacía y silenciosa.
Es crucial que todos actuemos ahora para evitar que estos espacios, tan vitales para la vida local, desaparezcan. No son solo lugares de comercio, sino también de historia, tradición y relaciones sociales. Las fruterías de «Frutas Calero» y Alejandro López, así como la «Pescadería Valiño», ofrecen productos de primera calidad al alcance de todos los bolsillos, pero necesitan nuestro apoyo para continuar.
Este reportaje no es solo una crónica de la mañana de hoy; es una llamada a la acción. Aunque ya no se llenen estas plazas como antaño, es vital que todos reconozcamos el valor de estos mercados y hagamos lo posible por mantenerlos vivos.
¡ENTRE TODOS PODEMOS HACER QUE EL MERCADILLO Y EL MERCADO DE ABASTOS DEL DISTRITO DE PEÑARROYA NO DESAPAREZCAN!
Noticia redactada por Sergio Delgado Cintas
Aquí no hay trabajo aquí solo hay fiestas. Que puedes esperar de un alcalde sin formación alguna
Gracia Sergio eres un fenomeno.
Pero como ves a la jente de peñarroya eso se lo trae al pairo prefieren el lunes en pueblonuevo y luego estar en las terrazas.