Viene siendo España recorrida por un fantasma llamado miedo a la guerra y ciertamente también por un pacifismo yupi de salón cuando, de pronto, el guion gira y exige un cambio de mirada porque se ha colado de matute el tema no menos truculento del reparto de los “menas” dentro de nuestras fronteras, entre las distintas naciones, nacionalidades, pueblos, países, autonomías, regiones de España. Diciéndolo con simpleza y brevedad, se ha abierto en el suelo patrio otra guerra civilista que es nuestra especialidad, es decir, guerra entre nosotros mismos, esta vez a costa del reparto más o menos justo de estos chicos desahuciados que llaman a nuestra puerta creyendo que llegan al paraíso.
MENA es un acrónimo utilizado para referirse a los menores de edad que llegan a España en pateras, menores de edad que vienen solos, no acompañados por algún familiar. Por tanto, según las leyes internacionales, hay que acogerlos y protegerlos. Han hecho un larguísimo viaje (semanas, meses a veces) hasta España (Europa) haciendo frente a adversidades que no podemos ni imaginar. ¿ Por qué vienen? Porque huyen de un presente que no les ofrece ningún futuro.
Los que logran llegar y sobrevivir se encuentran con que , en lugar de ofrecerles una esperanza y un futuro que no sea peor que el pasado que arrastran, en lugar de ofrecerles -no lo olvidemos- una protección que no sólo merecen sino que estamos o-bli-ga-dos a darles, vemos que ,en lugar de eso, vuelvo a repetir, se les utiliza a estos menores no acompañados como munición en una refriega política de baja estrofa , unilateral, no equidistante que rezuma un hedor racista. Y convertimos esta guerra hu-ma-ni-ta-ria en una subasta de cifras entre comunidades que es como una competición para ver quién es más racista. O casi peor, como ha dicho el baranda suavón andaluz, en una paquetería de Amazon.
La Constitución española predica en su articulo 2 la indisoluble unidad de la nación española y muchos nos enfundamos en ella con indubitable fervor. No dice en cambio la Constitución que esa unidad indisoluble exige o debe exigir la no menos imprescindible solidaridad entre nosotros los españoles. Ah, eso ya es harina de otro costal. Ya sabíamos que no es lo mismo predicar que dar trigo. ¿Qué significa la unidad en un contexto de insolidaridad? Ficción, hipocresía, falsedad.
El mero hecho de llamarles a estos jóvenes “menas” ya es una manera de deshumanizarlos tratando de relacionarlos con la delincuencia como ha hecho el fallero Mazón, lo que los convierte en peligrosos y provocan miedo y odio entre el beaterío y meapilas patrio. Y es que somos parte de un país que, según dicen las estadísticas y las encuestas, está lleno de pacifistas cuando se nos pregunta por guerras lejanas, pero que de cuando en cuando azuzamos guerras locales y ese anhelo de paz desaparece y demostramos lo peor de nosotros mismos.
Lo demuestran los discursos xenófobos de una parte del espectro político español y mucho español que logra contaminar a la ciudadanía a través de la opinión publicada envueltos en la rojigualda o la estelada.
Y así seguimos, mayormente unidos y comprensivos con un rearme en el empeño de una paz justa para Ucrania, Europa y el mundo pero divididos irreconciliablemente, polarizados dentro de nuestro país .
Desempolvemos pues nuestro pin del “no a la guerra” y pongámonos una chapa en la solapa. Lo español existe. ¿ O no?
Enrique Monterroso Madueño
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