. Joaquín Rayego Gutiérrez
—»Adiós calle del mal pago/ cuántos paseos me debes/ cuántas veces me han tapao/ la sombra de tus paredes / las tejas de tu tejao».
El poder de la palabra, la necesidad de buscar la verdad, o de librarnos tal vez de restricciones y falsas consignas, hace que en ocasiones la formulación de un relato nos seduzca hasta el punto de incorporarlo a nuestro modo de sentir y pensar.
Son las “afinidades electivas” de que hablaba Goethe, lealtades y compromisos, libremente asumidos, que conforman el carácter de cada individuo.
La de David Díaz Rodríguez (Villanueva de Lorenzana, 1896— Cañete de las Torres, 1936) es la historia de un anarquista de aquellos que pedían Pan y Escuela desde las páginas del periódico “Don Quijote”, de Peñarroya— Pueblonuevo.
En 1936 David fue hecho preso por los de su propia ideología en Cañete de las Torres. Ni argumentos de todo tipo, ni la situación de pobreza a que se veían abocados los suyos —madre, esposa y seis hijos—, ni la mediación de D. Fernando Carrión (Gobernador Civil de Córdoba, y alcalde de Pueblonuevo) lograron variar la determinación de los verdugos.
La España cainita que fustigara Machado; la misma que hasta el día de hoy ha mantenido al país en un lamentable estado de sumisión, de cuyos frutos baldíos se vanaglorian los partidos políticos, es la misma que segó las nobles aspiraciones del periodista gallego.
En “Cartas a David” (Carambuco Ediciones, 2020), ficción y realidad se solapan de tal manera que la estructura verbal se nos muestra como un todo homogéneo en que la precisión del dato, la opinión del escritor, el contexto histórico en que el relato se ambienta, y la comunión de sentimientos, atrapan de tal modo al lector que es difícil sustraerse a su efecto. La buena lectura nos vuelve irresponsablemente jóvenes. La primera vez que leo un libro en el autobús.
El gran logro argumental del libro es el planteamiento dialógico en el que se basa, lo cual abre un sinfín de interrogantes, y aporta incontables respuestas, con una finalidad claramente pedagógica.
Es significativo que el género epistolar y el intimismo del libro de memorias tengan una mayor entidad en la literatura inglesa que en la española.
Como si de un itinerario dantesco se tratase, de la mano de su abuelo, David Sánchez nos deja ver que “un cielo en un infierno cabe”.
—“Porque cada biografía de un gran hombre es la ventana por donde nos asomamos a ver el desfile de un siglo, de un trozo de siglo, por donde apreciamos un índice de cultura, una tensión o una extrema languidez de energías”.
La de David Díaz fue la de alguien cuyo ideario defendió el mismo programa que asume la Masonería, coincidente en parte con el del socialista escocés A. Robert Bontine Cunninghame Graham: La abolición de la pena de muerte y de la cadena perpetua, el matrimonio civil, la libertad de cultos, el divorcio, el estado federal, la separación de la Iglesia y el Estado y la escuela neutra, única y obligatoria.
Si bien hay que matizar que para lograr sus objetivos nuestro actor no preconiza la violencia, antes bien se muestra contrario al pistolerismo, un aspecto que en nada coincide con el posicionamiento moral de individuos como Azaña, el político que decía que “todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano”; y que a pocas fechas de la quema de conventos recibía con honores al principal «promotor» de tamaño desatino.
En una España en la que personalidades de la talla de Rosalía de Castro, Mercedes de Velilla, Concha Espina, doña Emilia Pardo Bazán, o la sin par “Colombine”, permanecían ensombrecidas por la sociedad, la de David Díaz representó la defensa a ultranza del papel de la mujer.
“Cartas a David” tiene como complemento los dos tomos que componen “Crónicas de una época”, donde se recoge y anota la producción literaria elaborada por David Díaz, y donde queda reflejada la extraordinaria cultura que nuestro hombre tenía, algo que en su tiempo y circunstancias se explica por ese afán de «crecer», como apuntan los finolis, o por el aprovechamiento que hizo de la biblioteca del Seminario de Mondoñedo en sus años de seminarista.
Por sus páginas desfila la humanidad del sevillano José Nakens —director de “El Motín”, que desde su tribuna denuncia las dictaduras, los plagios de Campoamor, o la situación de “El País”, financiado por una fortuna obtenida en casas de juegos—; la bohemia literaria de figuras de la talla de Alfonso Vidal Planas, colaborador de “Don Quijote”, y militante de la CNT, que sacó de las checas a gran cantidad de presos, y que renunció a la propuesta de Ángel Pestaña de dirigir “El Sindicalista” por desacuerdo con determinados sucesos que estaban teniendo lugar en la retaguardia.
Almas nobles e incorruptibles.
No pasarán desapercibidos para el lector las similitudes con otros escritos, y con los intereses de su tiempo; así el tema de la velocidad, el paisaje, la higiene y el deporte, que están en el punto de mira del Novecentismo.
La teoría de la “Armonía” Universal de Fourier («…fuerza Santa que lleva a cada ser humano a actuar de concierto con los demás en el bien común») es un postulado que afecta al krausismo, y a las Sociedades Teosóficas de la época, y cuyo objeto era «formar el núcleo de una Fraternidad Universal de la Humanidad, sin distinción de raza, creencia, sexo, casta o color”.
En ese sentido se muestran los nombres de los hijos de David Díaz: Violeta, Sensible, Helios, Armonía…, y de Floreal, su sobrino; son nombres, como Jazmín, adoptados por espíritus ilustrados y sensibles de nuestro siglo XIX, que recuerdan las silvas y madrigales de los Arguijo y Rioja, poetas cantores de la vida en el campo, del amor, de las flores…
Para poner un punto y final a las múltiples sugerencias que me aportó la lectura de este libro, valgan las palabras que escribió Antón Chéjov en “Historia de mi vida”
—“El progreso se basa en el amor al prójimo, en el cumplimiento de las leyes morales. Si nadie vive a expensa de los demás ni los oprime, ¿qué más progreso?”.
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