La Historia de España es, ha sido siempre un tanto convulsa, especialmente en lo que se refiere a los conflictos territoriales. Y es que España, el Estado español como algo unitario se forjó en nuestra historia a base de partos con fórceps, nada de por su peso.
Nos esperan semanas tensas e intensas con mucha escenificación, con más sobreactuación de la habitual, que además se teatralizará en diferentes platós. Va a resultar difícil separar el trigo de la paja y estoy seguro de que un exceso de pseudoinformación y un clamoroso déficit de pedagogía dificultará el conocimiento de lo realmente trascendente. No será fácil, no, soportar las embestidas de quienes se consideran ganadores, o sea, ambos bloques. Por cierto, brillante-por oportuna- la expresión “de ganador a ganador” en boca del sustituto del que brilló por su ausencia espetada desde el atril al hombre que quería ser presidente. Ya saben, no pongo nombres propios en estos picotazos.
Las elecciones del 23J nos depararon un escenario de muy compleja gestión y más difícil digestión. Lo que decidió la ciudadanía, guste más o menos, es la harina con la que amasar el pan de la investidura y la posterior gobernabilidad. Podemos ir más veces al horno de las elecciones, pero no creo que encontremos otra harina muy diferente para dar continuidad a las políticas de progreso. España es, como solía repetir mi amigo Rafa, el mapa de la guerra civil: un centro carpetovetónico insuficiente, que no suma y una periferia influyente que, barriendo para dentro, determina la estabilidad del conjunto. Y así llevamos mucho tiempo, no es de ahora el fenómeno como nos quieren hacer ver. Es la normalidad a la que deberíamos estar ya acostumbrados porque está aquí para quedarse.
Leo y escucho opiniones que se oponen a la única investidura posible por el hecho de que los votos necesarios vengan del nacionalismo periférico y que el posible pacto sea fruto de la presión a la que se califica de chantaje. Les tengo que decir que, en mi opinión, ha bajado mucho eso del independentismo en España, aunque se hable mucho de ello, casi siempre como recurso instrumental para captar votos. Al pueblo vasco le va muy bien con su autonomía plena que incluye el manejo de los fondos. Si existiera un ranking de renta en Europa que incluyera a las regiones, dicen que el País Vasco ocuparía el 5º lugar de toda la Unión, por encima de España obviamente. Hablan y cabalgan al mismo tiempo, pero dentro del redil.
También en Cataluña los datos recientes hablan que ha bajado mucho el suflé indepe y hoy por hoy no resultaría caballo ganador y que su marca se recupera en Europa y en el mundo con sectores punteros en la economía. Quizás les falte reconocimiento constitucional y un concierto económico como el vasco, pero eso no merece una guerra interna. Eso se negocia dándole una patada al balón que lo aleje una o dos décadas más.
Arrecian quienes consideran intolerable que muy pocos votos puedan condicionar el futuro del país. Como si eso no fuera lo que ha pasado en España durante décadas. Ante la indefinición constitucional, nuestro modelo de país, se ha construido a partir de apoyos interesados del nacionalismo vasco o catalán a los partidos estatales, unas veces de un color y otras de otro. Eso sí, después de cada pacto hemos escuchado la cantinela del “España se rompe”. Pero aquí seguimos, como un archipiélago, o sea, unidos por aquello que nos separa muchos siglos más.
Enrique Monterroso
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