La vida me la tomo como un sucedáneo, un largo aprendizaje emocional donde cada día me motivo para ser feliz. Aquel adolescente, que hace más de veinte años aprendió a ser un adulto en cuestión de tres meses encerrado en un hospital, y que, con veintisiete años, probó por segunda vez todo lo que se siente cuando te privan de la libertad. Pero, como un ex convicto, me he rehabilitado, y la vida me ha enseñado que es más importante la sensación de vivir el día a día que preocuparse por lo que te depara el futuro. La vida vuela a toda velocidad, y puede ser demasiado arriesgado apostar por vivirla de manera irracional en lugar de elegir una vida íntegra y natural, neutra, sin pensar en llevarme por delante.
Ahora habito en una piel que es mía. Ver el vaso medio vacío o medio lleno depende de un solo paso, y desde el amor de Platón, vivo la vida filosóficamente, como un camino lleno de pruebas diarias en las que debemos ponernos a prueba. Recuerdo que, cuando estaba a la deriva, me prohibí el placer de deleitarme y saborear el amor; quizá era demasiado elixir para mí. Sin embargo, una vez que probé el amor, no he dejado de tomar cada día mi pequeña dosis de este valioso brebaje. El amor me guía sin trampas ni engaños; nunca fui de farol porque conozco al perdedor. Si hay algo de juego de póker en la vida, es que yo nunca he ido de farol. He tenido la escala mayor, y en el pecado iba la penitencia. Mi amor por la vida es mutuo, y no siempre se gana apostando al ganador, porque quien apuesta al caballo perdedor acaba saliendo victorioso; eso me ha sucedido, aposté al caballo famélico y destartalado, y acabó ganando la carrera.
Existe un sol abrasador donde juntos somos más fuertes y queremos más. Entre tantas historias, dejando las penas a un lado, la paciencia siempre está en un grado superior. Conozco a personas a quienes la opulencia y la soberbia les han llevado a una vida salvaje y anárquica. Yo nunca he pedido prestado nada, porque es un secreto a voces que una noche de locura me besó de película y me transformó de un bala perdida a un San Luís; siempre le estaré agradecido de sentirme como un extraño en un jardín botánico, preso de sus deseos.
Tuvimos la oportunidad de salir a la fuga; nunca imaginé que toda la fuerza se iría por mi boca, la que nunca se equivoca. Reconozco que, si te miro, no te veo, pero la distancia de no verte después de veinte años me arrancó la piel para toda la vida. Ya van doce años soñando en una vida sin mirar atrás, y no te voy a abandonar, porque después del duelo y la resiliencia, te convertiste en mi mejor pesadilla.
Este aprendizaje emocional me ha enseñado a vivir con mis filias y mis fobias, a creer en el amor tanto familiar como personal. El piel con piel, el de a mano y las noches de guardia quedaron atrás. Ahora envejecer es saber que esta vida no está del revés, y, si lo está, ponerla de nuevo en su sitio. Sin perder el rumbo, sin sacarme de quicio, y con balas en la recámara, como dijo Paulo Coelho: “No midas tu riqueza por el dinero que tienes, mídela por aquellas cosas que tienes y que no cambiarías por dinero”.
Gracias a la vida que me ha dado tanto, yo nunca podré pagar todo lo que ha hecho por mí. La vida es un largo recorrido donde vemos realizado nuestro trayecto al final de nuestros días, pero como buen torero, saldremos adelante a pesar de las cornadas. Me gusta esta vida, y probaré mañana de nuevo a ver qué pasa.
M´EXPRESO DE UN APRENDIZAJE POR LA VIDA LLENA DE SORPRESAS, ¿TE ATREVES A PROBARLO TÚ TAMBIÉN?
¡PRUÉBALO A VER QUÉ PASA!
Y TÚ, ¿TE EXPRESAS?
¡A QUÉ ESPERAS PARA LEERLA!
Sergio Delgado Cintas.
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