A la vista de las movilizaciones del campo que estamos viendo resulta más que evidente que las políticas agrarias no son nada satisfactorias para agricultores y ganaderos de este país, sobre todo para los pequeños que son la mayoría. Dentro del rosario de quejas existe coincidencia en señalar que la competencia con productos de terceros países es uno de los problemas que mejor se ve como perjudicial para los nuestros y que, por tanto, es necesario hincarle el diente hasta donde se pueda. Pero, ¿es suficiente con señalar, así en genérico, esta competencia desleal? ¿Se acierta apuntando solo a las administraciones? Tenemos un elefante en la habitación.
Consultando Internet se puede saber con datos- no con suposiciones de fogueo- que la agricultura y la alimentación son los sectores económicos donde mayor concentración de grandes corporaciones hay en todos los puntos de la cadena. Vale la pena conocer las cifras. Escuchen : a nivel mundial, solo seis empresas que controlan el 58% del mercado de semillas; otras seis, el 78% del mercado de agroquímicos; diez empresas controlan el 38% del mercado de fertilizantes; sólo seis, el 50% del mercado de maquinaria agrícola; otras seis, el 72% del mercado farmacéutico para animales; atención, solo cuatro empresas controlan el 90% del comercio mundial de cereales y leguminosas; y, finalmente, diez supermercados controlan el 11% del gasto mundial del consumo alimentario, cifra que en el Estado español es mucho más alta, ya que las tres principales cadenas (Mercadona, Carrefour y Lidl) alcanzan nada menos que el 41%. Estos datos están tomados del Informe Quién inclina la balanza del Panel Internacional de Expertos en sistemas alimentarios citados a su vez por el científico español Gustavo Duch.
Es obvio que en cada eslabón de la cadena estas pocas empresas juegan con mucha ventaja frente al resto de actores, disponiendo de un poder que les permite, entre otras cosas, manejar a su antojo los costes de producción, los precios de los productos comprando a cuatro años por ejemplo y manejar las relaciones comerciales como un depredador se relaciona con su presa.
Pero no solo eso. Su capacidad económica les permite armar lobbies para meter presión directamente a legisladores de cada país hasta el punto que en los últimos años su influencia sobre la regulación de los acuerdos comerciales internacionales, regionales sean lo normal y eso hace posible que muchos alimentos, tras recorrer miles de kilómetros y atravesando fronteras, aparezcan en cualquier frutería de barrio. Repito, han conseguido con su poder que esto sea lo normal, no lo excepcional o casos aislados. ¿Quién se beneficia de estas importaciones? Pues son muy pocas multinacionales, también españolas, las que se encuentran detrás de las muchas verduras y frutas que llegan de fuera generando esa competencia desleal que denuncian las recientes movilizaciones. Es el caso de la mayor productora española de fresas, afincada en Huelva, (donde estos cultivos van asociados tanto a la explotación laboral como al abuso de agua de boca) y que es una de las principales compañías que están expandiendo la producción de frutos rojos fuera de España.
Y si nos paramos a analizar quiénes son los dueños de estas empresas, descubriremos que, si queremos frenar estas competencias, debemos dejar de hablar de productores de “otros países” para hablar de fondos de inversión. De capital. De capitalismo. De manera que la tractorada yerra el tiro cuando dirige su maquinaria pesada hacia Ferraz; mucho más certero sería si la dirigieran hacia la Banca o la Bolsa que es donde está la vida.
Enrique Monterroso Madueño
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