17 de febrero de 2025

¿HACIA DÓNDE CAMINA LA SOCIEDAD SIN EL SINDICALISMO DE CLASE?

 

 

 

Diego Rodríguez Villegas

 

Aunque con una visión algo distinta y algunos otros matices, ya presentaba el dilema Enric Juliana en Aquí no hemos venido a estudiar. Este podría delimitarse en algo así como ¿tiene el sindicalismo de clase que volver a reflexionar en profundidad sobre su desempeño para poder enfrentarse a la realidad que estamos viviendo actualmente? Es obvio que la realidad donde Juliana enmarca su libro, la prisión de Burgos en 1962 y el contexto político y social español de ese momento, dista mucho, muchísimo, de la realidad que tenemos hoy. Por eso quizá nos ayudaría reformular la pregunta para adaptarla a la situación actual. He aquí un intento, una propuesta: ¿Es posible resignificar el sindicalismo de clase mediante una orientación distinta del relato en la época de la realidad (la verdad) virtual, la desmemoria, la sobreinformación, la incertidumbre sobre el futuro, el individualismo, los bulos y los algoritmos?

Mi respuesta inicial es que nos toca pensar, analizar y estudiar porque la estrategia y los medios del “enemigo” son hoy en día extremadamente complejos. Y mantengo esta idea a la vez que pienso, como ya nos decía Diógenes Laercio, que la virtud está en las acciones y no en las muchas palabras, ni en los estudios.

No tengo claro si soy optimista respecto al resultado cuando, después de analizar detenidamente la realidad, nos toque pasar a la acción. Tampoco quiero decir que ese “enemigo” al que me refería sea un grupo concreto de conspiradores que manipulan la realidad, las finanzas y las redes sociales. Sería un pensamiento simplista e impropio de un análisis serio. Una de las fortalezas del tecnocapitalismo es que no necesita nadie al frente. Sí necesita que lo dopen cuando sus dogmas económicos flaquean, algo que ocurre constantemente, pero su eficacia consiste en que una vez dopado marcha solo.

El filósofo underground Juan Ignacio Delgado nos da una pista de lo que nos está sucediendo cuando afirma que se nos está hackeando el deseo, la mirada y la opinión. Nuestra atención está distorsionada, secuestrada, esclavizada y, por tanto, convertida en una mercancía.

Voy a partir de esa hipótesis que, por cierto, tampoco es nueva. Ya en 1967, por citar un ejemplo, el situacionista y teórico político Guy Debord publicó La sociedad del espectáculo donde mantenía una cuestión muy similar.

Nos decía Debord que la auténtica vida social ha sido reemplazada por la representación donde se produce una inversión de la vida: las personas viven alejadas de su propia vida, alienadas, más como espectadoras que como participantes de un mundo completamente mercantilizado. Donde del ser, hemos pasado al tener y del tener al aparentar. Ojo, esto en los años sesenta del siglo pasado cuando las redes sociales ni se intuían.

En un contexto como éste el sindicalismo de clase, en cuanto a su observación de la realidad, está en estado de shock. En la Transición, aparte de las inercias propias de la historia, sí supo leer muy bien el momento histórico. Para otros, cuestión que no comparto, en ese momento se inició precisamente la decadencia de los sindicatos de clase mayoritarios, claudicando frente al sistema con los Pactos de la Moncloa de manera similar a lo que ocurrió en Francia tras el mayo del 68 con los Acuerdos de Grenelle. Es decir, el eterno y aburrido debate de la izquierda: puristas frente a pragmáticos.

En definitiva, lo que se pactó fue entrar en el sistema para intentar modificarlo desde dentro -no podemos olvidar que, por ejemplo, todavía los Estatutos confederales de Comisiones Obreras mantienen como principio rector la supresión de la sociedad capitalista y la construcción de una sociedad socialista democrática- o en su defecto ser útiles como motor de cambio que equilibre las desigualdades sociales. Quizá el problema es que una vez dentro o no se supo bien cómo actuar o se subestimó el poder del sistema para rodearte, manipularte y socavar tus principios hasta convertirte en lo que él quiere que te conviertas.

Pero ahora estamos en 2025 y necesitamos pensar diferente para intentar responder a nuestra pregunta y, para ello, me voy a servir de algunos planteamientos del joven filósofo italiano Diego Fusaro en el desarrollo de mi argumentación.

En el tecnocapitalismo hoy las masas son manipuladas para crear un consenso pasivo. Gane quien gane las elecciones siempre triunfa lo mismo. El sistema nos permite hacer lo que queramos (entre comillas) con la única restricción de lo económico y la premisa del crecimiento ilimitado. Incluso nos permite pensar contra el poder siempre que este pensamiento se integre en el sistema de producción.

Y ¿qué consigue? (voy matizando mi hipótesis con el añadido de que la izquierda no se atreve a llamar a las cosas por su nombre). Pues consigue, sobre todo con las herramientas tecnológicas puestas a su servicio, personas sin identidad, flexibles, sin conciencia, desarraigadas, precarizadas, consumistas, medicadas, aturdidas e individualistas que son incapaces de comprender la explotación que sufren. El homo inestabilis, una muchedumbre de seres iguales, intercambiables, que solo piensan en disfrutar, indiferentes al vecino, al otro, sin identidad ni tradiciones, sin fuerza crítica ni espesor cultural y, por encima de ellos, casi imperceptible, un poder laxo, permisivo que los mantiene en un estado infantilizado ofreciéndoles diversión y aliviándoles del esfuerzo de pensar.

No hace falta ser muy inteligente para aventurar hacia dónde camina la sociedad sin el sindicalismo de clase. De hecho ya comenzamos a ver las primeras piedras de ese camino.

Decía anteriormente que no era muy optimista pero por eso mismo he escrito este artículo, con la idea de que ese homo inestabilis despierte de ese lugar hipnotizado donde se encuentra y construya el sindicalismo de clase que necesitamos utilizando como palanca de cambio la idea de Goethe de que “nadie es más esclavo que el que se cree libre sin serlo”. Por cierto, las citas, las referencias académicas utilizadas no son un intento de epatar o de adornar el texto con referencias intelectualistas para quedar bien sino una parte del argumento, una parte importante de la tesis: sin cultura no podemos conformar nuestra identidad y sin identidad perdemos nuestros asideros con la realidad para convertirnos en marionetas.

 

 

 

 

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