“Si la muerte no fuera el preludio a otra vida, la vida presente sería una burla cruel”.
Para muchos, el avance de la ciencia conduce a “la muerte de Dios”, y, como consecuencia, a la secularización progresiva de la sociedad y del anhelo cristiano de una vida más allá de la muerte.
Históricamente, todos nos hemos hecho una pregunta: ¿todo termina con la muerte?, ¿no existe un “más allá”? Y existen dos respuestas, la de los creyentes, que creemos que la muerte solo es el paso a una vida definitiva y más plena, o la de aquellos que se adhieren a lo que piensan algunos existencialistas, “comamos y bebamos, que mañana moriremos”, es decir, sin esperanza, como seres que, en un momento de la historia, no solo somos, existimos en ese momento, y nada más. Ello conduce a la creación de una ética de la responsabilidad personal, alejada de todo tipo de creencias externas al ser humano.
A Martin Heidegger (1889 – 1976), un estudioso de la “existencia”, se le considera como el gran pensador, junto a otros, del existencialismo moderno, por aquellas palabras de “el hombre es un ser para la muerte”. Pero dos datos curiosos, él murió como creyente por decisión propia, y los estudiosos de su pensamiento afirman que no quiso decir “un ser para la muerte”, sino que “hay que estar para la muerte”. Y existen diferencias esenciales entre una frase y otra, en el primer caso se considera la muerte como la entrega de un cuerpo hacia la nada, mientras en el segundo caso se considera la muerte como una rendición de cuentas, cuyo acto final lo hemos ido preparando durante los años de vida. Según Heidegger “La muerte en su más amplio sentido es un fenómeno de la vida. La vida debe comprenderse como una forma de ser a la que es inherente un ‘ser-en-el-mundo’”.
De una forma u otra, la muerte a todos nos aterroriza, nos perturba, nos duele cuando la hemos vivido en nuestros seres queridos, o nos inquieta porque llega sin que nadie la llame.
A través de mis estudios sobre la historia de las religiones, descubrí que La práctica religiosa de honrar a los muertos se remonta a los Neandertales. En muchas culturas y lugares del mundo era costumbre dedicar un día al culto de los espíritus de sus antepasados, coincidiendo, desde épocas remotas, con el inicio del mes de noviembre.
Este lugar de reposo, donde se depositaban los cadáveres, se ha definido históricamente con dos palabras: “Cementerio” y “necrópolis”, con concepciones totalmente diferentes y opuestas, tan opuestos como los conceptos de “vida” y “muerte”.
El término “necrópolis” es una palabra compuesta derivada del griego (nekros – muerte, y polis – ciudad). Es decir, la “necrópolis” es “La ciudad de los muertos”, cuyo nombre se mantuvo largo tiempo, en concreto hasta la aparición del Cristianismo.
Con la llegada del Cristianismo, un grito de Libertad y de victoria frente a la muerte se extiende de Oriente a Occidente. Éste es el profundo significado de la palabra “cementerio”. Para el Cristianismo, el lugar donde se depositan los fallecidos, pasa a llamarse “CEMENTERIO”, palabra de raíces griegas, derivada del término griego “Koimetérion”, cuya traducción y significado sería el de “lugar de descanso y espera”, es decir, “dormitorio”. Los cristianos de los primeros siglos, en su inmensa mayoría, creían firmemente en la “parousía” o “II venida” inminente de Cristo a la Tierra, cuando se manifestará con todo su poder y gloria (en contraposición con la 1ª venida en humildad).
Es de destacar que esta creencia de muchos cristianos, acerca de la “venida inminente” de Cristo, nunca fue enseñanza oficial, ni de los Apóstoles, ni del Magisterio Oficial de la Iglesia. Tiene su origen en numerosos pasajes evangélicos, (en JUAN 11, 1-45 Y Marcos 5, 21-43), donde se narran los milagros, de todos conocidos, de la Resurrección de Lázaro y la hija de Jairo. A la llegada de Jesús, los dos han fallecido, y, ante el mandato de Jesús, ambos recuperan la vida física,
En ambos casos, Jesús es consciente del valor de la vida frente a la muerte. Sabe que el alma de Lázaro y de la hija de Jairo, no mueren, sólo reposan o “duermen”, a la espera del momento de la resurrección, hecho que se produce ante la llegada de Jesús.
La Metafísica nos habla de Dios como el fundamento absoluto del mundo, lo único que se discute es si Dios lo creó de la nada y si podemos acceder a su conocimiento a través de la razón o sólo a través de la fe.
Para los creyentes, la muerte es el comienzo de la inmortalidad. Yo me apunto a la concepción cristiana de la muerte. Tú, ¿a cuál te apuntas? Yo prefiero reposar en un “cementerio/sala de espera”, lugar de esperanza, y no en una necrópolis/ciudad de muerte.
Carlos Serrano
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