Ineludible hablar de la guerra. No es una guerra más. Es la guerra como la madre de todas las guerras. Masacre, exterminio, terrorismo, apartheid, inhumanidad, salvajismo, brutalidad… faltan palabras para referirse a lo que estamos asistiendo en directo mientras seguimos manteniendo nuestro nivel de vida con sus problemillas, nuestro confort, aunque con algún sobresalto que otro. Al fin y al cabo- dirá alguien- esta guerra no es nuestra, se está librando lejos… Pues claro que es nuestra, no nos arrellanemos en el sofá. Y no queda tan lejos. No es cierto que esta guerra, la guerra, quede lejos. No podemos pasar de ella. Va también con nosotros. Se suma a la de Ucrania, que parecía lejana, y vamos si se palpa en el supermercado y en nuestros bolsillos.
De entrada, esta guerra es nuestra porque nada de lo humano debe sernos ajeno. Va con nosotros en lo moral que se pondrá a prueba para no caer en la trampa del bien o el mal, para lo cual bueno es repasar a Simón Veil cuando escribió aquello de “el silencio de Dios”; es nuestra en lo que tiene que ver con nuestra civilización pues se esgrimirá este relato para librar batallas en nuestro patio trasero haciendo revivir viejos fantasmas; y es nuestra porque toda inestabilidad en Oriente Próximo, y esta lo es de aúpa, nos pondrá la economía patas arriba en cuatro días. En las primeras horas de las salvajadas, el precio del petróleo aumentó un 4%. Así que va con nosotros, en lo moral, en lo civilizatorio y en nuestra economía ya depauperada. Y es nuestra también por otra razón más cercana, porque rápidamente, aunque la guerra es internacional, enseguida se ha vuelto nacional porque alguien tiene mucho interés en hacerla nacional; enseguida se ha puesto en marcha la carrera por ver si esgrimiendo falsedades y acusaciones de equidistancia se puede ganar alguna ventaja presentando al adversario como amiguete de los terroristas. Carroñeros.
Es sabido que la historia de las relaciones entre Israel y el pueblo palestino no empezó el pasado sábado con los asesinatos de israelíes por parte de la organización terrorista palestina. Esos crímenes no son el kilómetro cero de esta historia. Detrás de ellos hay setenta y cinco años de todo tipo de violencia contra un pueblo que sufre una ocupación ilegal y un régimen de apartheid.
Así es que antes de dar rienda suelta a la barbarie de la guerra, a la justificación de una nueva masacre en Gaza y a la práctica aniquilación de los palestinos es imprescindible que despertemos, que nos levantemos y que hagamos lo imposible por desbrozar este conflicto que parece eterno con racionalidad como siempre. Para ello es preciso abordar el nudo gordiano que atraviesa toda esta historia y que podría resolverse si se desenredara. Tanto la comunidad internacional, donde estamos nosotros los occidentales, como Israel y el pueblo palestino saben muy bien cuál es. Pero el actor que tiene la llave de esa puerta se niega a abrirla.
Solo hay dos caminos: o búsqueda de la paz y negociación asumiendo que los palestinos existen, que deben tener derechos y que no pueden ser enterrados bajo la arena, o persistencia en la opresión y la violencia contra ellos, con la eliminación física de cientos o miles de forma constante, persistente. Cuanto antes se trabaje por la única opción válida, mejor. La paz siempre es posible. Lo ha dicho bien clarito uno de ellos: “tendremos seguridad cuando ellos tengan esperanza”.
Buenas tardes.
Enrique Monterroso Madueño
0 comentarios