Dice la nueva, recién estrenada ministra de sanidad en sus primeras palabras en su toma de posesión que va a poner todo su empeño en mejorar la salud mental de la ciudadanía. Eso quiere decir que de entre la multitud de problemas de la sanidad pública que hereda, ella ha querido significar, priorizar uno de ellos -la salud mental- quizás porque ella es consciente de que es a algo que TODOS prestamos poca atención porque cada uno de nosotros nos consideramos muy cuerdos y no necesitamos cuidar nuestra mente. Dicho queda, ministra. Ahora hay que intentar cumplirlo y transformar las buenas intenciones en hechos tangibles, que los podamos ver y valorar.
Coincide la Sra. Ministra con el intercambio de “perlas” entre el propio presidente del gobierno y el co-líder de la oposición acerca de si el presidente está tocado, tiene un aire y necesita atención de un especialista en salud mental porque la carcajada que este soltó en el Congreso le parece a él que es un tic patológico. Independientemente de que la tal carcajada fuera o no poco elegante y escapara de la formalidad parlamentaria, lo cierto es que la reacción del co-lider de la oposición bien parece una rabieta infantil poco seria y, desde luego, frívola y poco coherente con lo que proclaman.
Meter la salud mental en el ejercicio de las diatribas políticas es una forma de menosprecio, de minusvaloración de un problema que crece entre la ciudadanía española como es la salud mental sin que precisamente desde lo público se venga haciendo lo que corresponde para paliar al menos las consecuencias personales y sociales que conlleva. Y al mismo tiempo es una demostración de las incoherencias a que nos tienen acostumbrados ciertos políticos sin escrúpulos que dicen unas cosas y hacen otras. Políticos que por un lado hablan de apostar por convertir la salud mental en una cuestión de estado, pero cuando le viene al pelo al primero que quiere enviar al psicólogo o al psiquiatra es al adversario, convertido en enemigo mortal, que soltó una carcajada estruendosa, inadecuada y poco edificante.
Yo quiero meter el dedo en una de las llagas de la salud mental en nuestro país, concretamente en la de los escolares pues muy a menudo son protagonistas de escenarios conflictivos en los que hay un sustrato o factor que desencadena un rosario de problemas añadidos que, justamente, tienen que ver con la salud mental. Me refiero al acoso, bulling o como se les quiera llamar en los centros educativos. Convivencia, acoso y salud mental son elementos que coinciden y se combinan entre sí en los centros educativos, tanto en las aulas como en los patios y los entornos y que de cuando en cuando terminan siendo noticia en nuestro país. Dicen los estudios que dentro de cada aula hay, al menos, dos personas que padecen acoso por parte de sus iguales que deriva con frecuencia en estados de ansiedad y un cuadro mental y físico en la persona acosada que exigiría una respuesta desde la propia sociedad empezando por el entorno, pero muy especialmente por parte de las propias instituciones, comenzando por la educativa. Es una cifra tan elevada que debiera preocupar más a la sociedad española y a sus representantes políticos.
Acabo de leer un libro muy interesante y muy original cuyo título es INVISIBLE cuyo autor es el prolífico Eloy Moreno. El libro desgrana el drama que sufre un niño jovenzuelo por el acoso a que es sometido por un compañero simplemente porque es diferente. Un drama del que es imposible salir indemne porque acaba con su vida. La recomendación de su lectura es porque el libro pone el foco en los testigos, en los colaboradores necesarios para, en la culpa y en la responsabilidad social y porque nos muestra la otra cara de la violencia, la que nunca se menciona: la de quienes miramos y no hacemos nada.
Así pues, menos bromitas con apelar a la salud mental por una carcajada aunque sea inapropiada y censurable y más apoyo a todas las iniciativas que hay que poner en marcha para aliviar siquiera este drama que es la salud mental.
Enrique Monterroso Madueño
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