Los lobos solitarios, como la noche, se deslizan lentamente hacia su guarida hasta que amanezca el día. Perdidos en el hastío de la muchedumbre y en la estampa salvaje de la flora, avanzan hacia su punto álgido cuando la primavera está por llegar.
Busco una solución, una idea ingeniosa que rompa las cadenas que me atan al grito inconfesable de la vida, esa cara B de todo lo que no se puede ver ni escuchar con nitidez en la cara A.
No hay más apelativos ni epítetos para esta vida, que a veces es tormento, pero a menudo irradia felicidad.
Siento y percibo que temeré la noche más de una vez, pero habrá una voz en off desde la ultratumba que me susurrará: No temas la noche, porque estaré aquí para darte mi beso de buenas noches y llevarte a mi refugio eterno.
No solo me pedirá que no tema la oscuridad, sino que, cada noche, me invitará a contarle todo lo que haya vivido durante el día. Cada uno de los 365 días del año. Todos los años que me queden por vivir.
Temo el castigo de su enojo cuando no haga las cosas como ella hubiera querido. Porque sé que, desde arriba, me observará, guiando mis pasos, asegurándose de que siga el camino correcto.
Cuando faltes, no solo te recordaré cada día de mi vida, sino que jamás te olvidaré. Y siempre, siempre, mantendré la esperanza de que un día volvamos a encontrarnos.
Ahora toca amarte hasta que el Señor quiera, sin dejar nunca de hacerlo, más allá de la muerte.
Cuando cierres los ojos, dime adiós y piensa en el mundo mejor que te espera. Un mundo donde reencontrarás a aquellos que formaron parte de tu vida en este.
¡Siempre fuerte!
Me expreso para no temer la noche, porque sé que siempre estarás a mi lado.
¿Y tú, te expresas?
¿A qué esperas para leer esta cápsula emocional, directa al corazón de una madre?
Sergio Delgado Cintas
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