Estamos en 2024, el tiempo pasa y el año feliz que nos deseábamos da paso a la realidad cruda y con frecuencia rabiosa y a la insoportable levedad del ser. Lo que no cambia es el sempiterno dilema de cabalgar a lomos del optimismo de la voluntad o del pesimismo de la razón como dijo Gramsci. No hay términos medios, Fuera de España, pero también dentro, suenan tañidos de campanas que nos llaman a arrebato, pero el tiempo pasa y las conciencias no reaccionan, con honrosas excepciones; al revés, parecen adormecidas, como esperando que los que vengan detrás sean quienes arreen. Pero no. El escepticismo, el encogimiento de hombros, la equidistancia, el nihilismo no aportan, no resuelven nada.
La política española, que tenemos más a mano, evoluciona, pero para mal y, desde luego, no se corresponde con la mansedumbre y buenismo de la mayoría de la población. Ejemplo, la votación del miércoles en el Parlamento donde las derechas españolas y un pequeño grupo de izquierdistas bien remunerados han coincidido votando en contra de medidas que, según explican, favorecería a los españoles subsidiados. Niñatos.
Al respecto dos cosas se me antojan imprescindibles en el momento presente: una es que hay que superar los estados de euforia ante victorias del Gobierno de Coalición que, como vemos son y serán pírricas. Ya sabíamos que no iba a ser fácil. Fuera euforia. Hoy ya 2024 como ayer en España hay que conjugar demasiadas agendas, demasiados intereses, demasiadas estrategias en territorios diversos todos ellos españoles. La clavó Ortega y Gasset cuando habló de la España Invertebrada, difícil de vertebrar. Porque sólo vertebra, encaja, une, ensambla lo racional, no lo emocional. Y la política es cabalgar contradicciones, como pasa en la vida misma. La segunda cosa que me parece fundamental es la necesidad que tiene el país de contar con una fuerza conservadora de derechas que sea racional, no pasional, que sepa discernir y distanciarse de los nostálgicos del pasado y apuesten por el raciocinio en temas donde el interés general resulta evidente. Justamente es el temor a un escenario donde los radicales tengan poder en España y resuciten fantasmas del pasado es lo que explica buena parte de las rocambolescas piruetas que se ven obligados a hacer el resto de los representantes de la ciudadanía española tanto del centro como de la periferia.
En España, desde hace tiempo nos movemos bajo el doble eje del nacionalismo, el central o carpetovetónico y el periférico. A muchos les cuesta entender que el centro geográfico y político español no suma, que hace falta esa otra parte del todo que llamo la España periférica. Y es que sin contar con la periferia española no es fácil la gobernabilidad del Estado español. Lo estamos comprobando a golpe de sobresaltos. De manera que, si finalmente llegamos a algún puerto, a un acuerdo para gobernar España ello supondrá no sólo el reconocimiento de su diversidad cultural o lingüística que es obvia, sino el reconocimiento de la diversidad ideológica que es algo que parece también obvio, pero no lo es tanto, pero, sobre todo, sobre todo, de la identidad territorial con su componente de emociones, y de aspiraciones legítimas. Gobernar un rebaño de ovejas de marca hispánica es relativamente fácil, lo puede hacer hasta un pastor domótico virtual, permítaseme la digresión literaria. Pero España no es un rebaño.
La única realidad tangible, incuestionable por la aritmética y hasta por la geometría es que la España Invertebrada existe, la que no existe es la unitaria que predican los nostálgicos. Y comprobamos también que en esta España nuestra supone una heroicidad enfrentarse cada año que pasa a estos escenarios donde predominan las tripas y la falta de decencia y de moral. Y que para estar al cargo de esta mesnada irreconciliable hay que tener bemoles, como los tiene el actual manijero. Porque hay que tener agallas, resiliencia, coraje, paciencia y todo lo que termine en ciencia como conciencia para ver cómo te cuelgan, te lapidan y te queman solo por dejarte la piel en intentar demostrar que la gobernabilidad de España es posible pero sólo a cambio de que se impongan los demócratas racionales y sensatos y se aplaque la caverna que sólo pretende ver reverdecer los brotes viejos del pasado, aquellos a los que se refería el poeta español Ángel González cuando dijo que la historia de España era como la morcilla de su pueblo, que se hace de sangre y se repite. Otra contienda incivil más, no por favor.
Enrique Monterroso Madueño
0 comentarios